«LIMBO»: ESPERAR UNA VIDA NUEVA

De partida, hay que dejar bien claro que esta película es una comedia. Puede que parezca poco delicado, o incluso de mal gusto, tomando en consideración el tema; pero el relato juega de una forma bastante inteligente con los tonos, dándole el tiempo necesario a la comedia como al drama. Reconoce que la situación de los personajes es dolorosa sin ahogarse en su dolor. También mira alrededor y hace el ejercicio de ver a sus protagonistas como personas. Personas que pueden equivocarse y comportarse como idiotas sin alguna razón aparente.

Encuadrada en una proporción de cuadro 4:3, todo lo que muestra es presentado, en primera instancia, como si fuese un programa antiguo de televisión, una fotografía familiar o una postal turística donde atrás dice ¡Visite Escocia!. Los planos tienen una simetría que, en lugar de calmar la vista, la pone alerta, son largos y, en la mayoría de las escenas, no pasa nada. No hay grandes acontecimientos (hasta el final), y la narración está centrada en la gente común, en sus chácharas mundanas y discusiones sobre lo que ven en la televisión para pasar el rato. La película, podríamos decir, hace un ejercicio similar al que realizó Raúl Ruiz con su comedia Diálogos de Exiliados (1975) donde el cineasta chileno le quita la seriedad y desmantela el mito del exiliado político, guerrillero y austero, simplemente filmando lo cotidiano, lo humano y absurdo, de los chilenos instalados en París por razones políticas.

Omar (Amir El-Masry), el protagonista, convive con otros refugiados en una pequeña residencia rural donde esperan que se les conceda el asilo. Varados y sin opciones, dan vueltas por una isla cuyo horizonte no tiene límites. Sin posibilidad de trabajar, lo único que tienen es lo que les llega de un centro de donación: muebles pequeños, un televisor antiguo y una bicicleta con la que Farhad (VikashBhai), un inmigrante afgano, va a una granja a robarse una gallina a la que llama Freddy Junior, en honor a Freddy Mercury.

Pero los objetos se hacen ligeros sin el peso del apego emocional. Omar, como un modo de oponerse, deambula por el pueblo y el páramo cargando el maletín de su laúd, un instrumento de cuerda tradicional sirio que no puede tocar por culpa de su lesión en la mano. Sería más seguro dejar la maleta en la casa, pero se rehúsa a separarse de él, aunque no lo pueda usar. Su único pasatiempo es ver en su teléfono los videos de cuando daba conciertos en Siria, cuando había paz, su padre se mostraba orgulloso y él era feliz.

Las intenciones de estos personajes por hacerse una nueva vida se verán coartadas no sólo por la retórica política del Reino Unido, que los manda a una isla totalmente aislada del resto del país y les prohibirles trabajar; sino también porque entrarán en conflicto con los isleños quienes, aunque sea por buena educación, no son directamente racistas o agresivos, pero tampoco del todo partidarios de convivir con decenas de refugiados.

Pero nada es simplemente blanco y negro. También hay momentos que buscan engañar al espectador, donde adultos y adolescentes hacen comentarios racistas contra Omar (le preguntan si es de Al-Qaeda, si es que viene a plantar bombas o violar a las mujeres) para después ofrecerse a llevarlo en auto al pueblo porque no quieren que pase frío.

El guion, hasta cierto grado, se opone al cine que pide historias más antagónicas y claras, más industriales. En ningún momento la película trata de decir que la malvada y racista burocracia del Reino Unido busca arruinarle la vida a los pobres y virtuosos inmigrantes que no matarían ni a una mosca. Un ejemplo de esto es la secuencia en que, buscando refugio de una tormenta, Omar se refugia en una casa abandonada donde tiene una profunda conversación (imaginaria) con su hermano; se recriminan sus errores, recuerdan las pequeñas cosas que marcaron sus infancias y, finalmente, hacen las paces. Pasada la tormenta, sale a tomar un poco de aire, viendo la aurora boreal en todo su esplendor y hermosura.

Los personajes de Limbo tienen todas las condiciones para considerarse víctimas, pero no lo hacen, quizás porque no quieren o porque la sociedad ya los etiqueta así. Y sus actitudes frente a la adversidad aparecen en oposición a algo (su pasado, su presente o su futuro) que los persigue y se manifiesta, que se aprovecha de sus lesiones, de las grandes distancias y de las mañas dentro del sistema. La inmensidad del problema, y su aparente falta de remedio, los hace sentir diminutos, contra la espada y otra espada. Viviendo en tal estado lo que parece estar más justificado es reaccionar con rencor, odio y violencia. Pero Sharrock parece querer sugerir que, aún bajo esas circunstancias, con un poco de esfuerzo es posible por pasar un buen rato y reír un poco. La sugerencia es también para quienes ven el filme. PP.

Limbo: Director: Ben Sharrock. Elenco: Amir El-Masry, Vikash Bhai, Ola Orebiyi, Kwabena Ansa, Sidse Babett Knudsen, Kenneth Collard. Productoras:  Film4 Productions, Creative Scotland, British Film Institute, Caravan Cinema. Comedia. 103 minutos. Reino Unido. 2020. Disponible en Netflix y MUBI.

Crédito de fotos: www.imdb.com

Síguenos y haz click si es de tu gusto:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Translate »
Instagram